PORQUE YO LO VALGO.

Mi esposo/candidato y yo vivimos en una zona de la ciudad muy tranquila, en la que parece que nunca pase nada, excepto el tráfico. Esa fue una de las razones por las que elegimos este barrio y no otro cuando nos instalamos, hace ahora, unos 5 meses.
Gracias al calor que está haciendo estos días, nos vemos obligados a dormir con las ventanas abiertas gran parte de la noche. De madrugada tan solo se escuchan los pasos de algún vecino regresando a casa o el motor de algún coche.


Ayer, a eso de las cuatro de la mañana me despertaron un par gritos masculinos, unidos al rugir de una moto y unos lamentos femeninos. En esos primeros instantes pensé que se trataba de algún pequeño accidente pero el tono de los gritos me hicieron pensar que se trataba de algo distinto. Salí de inmediato al comedor, donde tengo un amplio campo de visión de la calle. El ruido de la moto había cesado pero los llantos de la chica no. Poco a poco, con el dedo índice, fui retirando una de las cortinas de la ventana, con la lentitud necesaria para no ser visto y al más puro estilo de alcahueta de pueblo. Ninguno de los dos parecía herido, la moto estaba en perfectas condiciones y no se veía ningún otro vehículo implicado.
Ella estaba en sentada en el suelo con el contenido de su bolso desparramado por la acera, mientras él permanecía sentado en la moto, ahora sin gritar, impasible. Parecía que la pobre desgraciada estaba a punto de sufrir un ataque de ansiedad, así que, por un momento pensé en bajar a la calle con mi botiquín de primeros auxilios para estos casos: un par de orfidales y una botella de anís. Como uno debe ser prudente en estos días y el morbo de ver una pelea de novios siempre ha podido conmigo, opté por seguir vigilando desde mi ventana, abriéndola un poco más para escuchar mejor la cantidad y variedad de insultos que ella le dedicaba y con el teléfono en la mano, por si las cosas se ponían realmente feas.

"Esta chica tiene el gusto donde las avispas" pensé yo al ver más nítidamente al novio, que era feo como pocos he visto. "Anda que si éste da conmigo, la lleva clara" añadí, porque ella, poco a poco parecía relajarse. "Se te está acercando demasiado bonita, no bajes la guardia, no le escuches boba! es todo mentira!" quise gritarle desde mi ventana. Finalmente, después de unos minutos se besaron, no muy apasionadamente, todo hay que decirlo, porque a ella se la veía todavía rabiosa y desconfiada. Aquel beso bastó al menos para dar por solucionado el problema y para que yo pudiera volver a la cama.



Mi candidato y yo, cuando discutimos, tratamos el problema desde diferentes puntos de vista, no alzamos la voz, usamos un discurso coherente que inlcuya algunas metáforas e ironías. Si es necesario, utilizamos alguna palabra extraña que deje boqui-abierto al otro y desvíe su conecntración, para así, rematar el debate con una contundente conclusión que da por zanjada la cuestión.
Cuánto me gustaría poder dar un par de gritos, arrojarle un jarrón (sin intención de darle por supuesto) y terminar fundiéndonos en un intenso morreo de película. Pero es lo que tiene convivir con un político, que después de tres años, comienzas a asimilar sus tics. Con el paso del tiempo, las discusiones pasan a ser debates, en los que a menudo creo que él ya tiene preparada su intervención.





A veces me parece increíble observar esa forma de acompañar sus palabras con gestos que otorgan mayor fuerza a los argumentos. Cómo mueve las manos! De qué manera enfatiza sus palabras! Menudo juego de miradas!.
Después de una extensa exposición, en la que yo he permanecido inmóvil y atento, él se detiene unos segundos, inclina su cuerpo ligeramente hacia adelante y como si me estuviera hablando desde un atril, finaliza su discurso dando mayor energía a sus últimas palabras, casi esperando el glorioso momento de los aplausos.

Pero......... olvida, que en casa...........en casa.............mando yo, así de simple!